Vistas de La Mesa desde la vereda de Angorrilla.
El municipio de Alcalá de Guadaíra
cuenta con una extensión de 287 km. cuadrados y una población de derecho de 75.533
habitantes. Se enclava en el área metropolitana de Sevilla y limita, además de
con la capital de la provincia, de la que dista 16 km., con los términos
municipales de Mairena del Alcor, a 7 km., Carmona, a 24 km., El Arahal, a 33
km., Utrera, a 21 km., Dos Hermanas, a 8 km., Los Molares y Los Palacios y
Villafranca.
El gran atractivo original del
territorio de Alcalá de Guadaíra consistió en la gran diversidad ecológica y de
recursos derivados de ella. El término municipal se enmarca en la gran unidad
de relieve que representa la depresión del Guadalquivir, antiguo brazo de mar
colmatado progresivamente durante el Mioceno, a finales del Terciario. El
resultado de este relleno en el curso bajo del actual Guadalquivir es una
topografía de pendientes poco pronunciadas y una impresión general de planitud.
A partir de Alcalá del Río la margen izquierda del río estaba, en principio,
determinada por dos unidades geográficas fundamentales: el valle del
Guadalquivir y la campiña. Sin embargo, este sencillo esquema se vería
trastocado por una tercera unidad que vendría a surgir extendiéndose desde Dos
Hermanas hasta Carmona, Los Alcores. De estas tres unidades participa el
territorio de Alcalá y de ahí su diversidad.
El Valle del Guadalquivir se
divide en el cauce actual del río y las terrazas fluviales, que se diferencian
por su distinta altitud topográfica, producto del encajamiento del río en sus
propios depósitos. En lo que respecta a nuestro municipio, las terrazas del
Guadalquivir que caen dentro de su territorio corresponden, por su altitud
topográfica y distancia relativa al cauce actual, a los periodos más antiguos
en la configuración de la red fluvial.
Arroyo de Guadairilla.
La otra gran unidad geográfica por extensión junto
al valle del Guadalquivir es la campiña, que aquí cabe individualizar como
Vega del Guadaíra y que, manteniendo la planitud topográfica de las terrazas,
presenta una génesis y características no asociadas el Guadalquivir.
Se trata de terrenos con una
elevada proporción de arcillas, que cometidos a la acción de la arroyada,
producen un relieve suave en torno a los 70 m.s.n.m.., con una red de
avenamiento muy ramificada lo que apunta a la escasa resistencia de estos
terrenos a la acción de la erosión. Hacia el este se produce un cierto
acolinamiento aunque de pendientes suaves, donde predominan las margas y margo
arcillas y que reciben el nombre de Albarizas.
En principio el resultado de la
colmatación de la depresión del Guadalquivir en este tramo habría sido una
amplia superficie de topografía muy llana desde el cauce del río hasta las
estribaciones de las Serranías Subbéticas. Sin embargo la dinámica orogénica
postpliocénica, con diversos basculamientos y rupturas, condujo en nuestro
ámbito a la aparición de los Alcores, un bloque que, arrancando desde el SW de
nuestro término municipal, se proyecta a lo largo de treinta kilómetros hacia
el NE, hasta Carmona, donde muestra su cota máxima, 248 m.s.n.m..,
constituyendo el verdadero eje del paisaje, no sólo por su evidencia
topográfica que resalta sobre el entorno, sino también por la variedad y el
contraste que introduce en el medio natural.
Los Alcores se componen
litológicamente de dos materiales bien diferenciados: en la base se encuentran
las margas azules de datación miocénica, muy deleznables. En el techo aparecen
las calcarenitas, sedimento calizo, conchífero, formado durante el Plioceno, en
un mar poco profundo, con elementos orgánicos muy groseros e inorgánicos, cementados
en un todo constituyendo una roca sedimentaria compacta, que alcanza una
potencia de 80 metros.
Dehesa Nueva.
El conjunto presenta una
morfología típica de cuesta, con un frente que mira hacia la vega del Guadaíra,
definiendo un escarpe nítido, en el que las margas que afloran son atacadas
fácilmente por la erosión frente a las calcarenitas, más resistentes, generando
una erosión diferencial del bloque. A partir del límite del escarpe y hacia el
Guadalquivir se encuentra el dorso de la cuesta, con un pendiente suave que se
extiende hasta las terrazas más alejadas del río, bajo las que finalmente queda
fosilizada. El frente de la cuesta muestra la línea de falla resultante tras el
levantamiento de todo el bloque ya en el Cuaternario.
El Alcor marca un claro límite entre las terrazas
del Guadalquivir y la campiña o vega del Guadaíra. El bloque es cortado por el
río Guadaíra. Según Díaz del Olmo, una vez fijado el nivel de base que
constituye el Guadalquivir y establecida la red fluvial de segundo orden, el
río Guadaíra, con su trazado básico ya definido, se habría ido encajando en los
estratos del Alcor a medida que este emergía durante el Cuaternario.
La aparición de los Alcores amplia la variedad
morfológica y litológica del municipio de Alcalá y, lo que es más importante,
la variedad de ámbitos ecológicos que ofrecen recursos para su explotación por
el hombre. No resulta ocioso resaltar como los núcleos principales de cuatro
municipios: Carmona, El Viso, Mairena y el propio Alcalá, se sitúan sobre el
Alcor, en concreto en el límite del dorso con el frente y ello es así desde los
primeros pobladores, cuyos abundantes vestigios dan fe de una tendencia
continuada. La localización en los Alcores maximiza el acceso a los recursos
representados por el mismo y por las otras dos unidades que tienen aquí su
límite: terrazas fluviales y campiña. Así mismo ofrece diversos recursos de los
que carecen las tierras del entorno: en primer lugar, una ventaja de localización,
libre de inundaciones y lugar ideal como oteadero en un principio en el que el
hombre dependía de la caza para sobrevivir. Más adelante, con la
sedentarización, se añadiría una ventaja defensiva que queda de manifiesto en
nuestro municipio no sólo en el castillo de Alcalá, sino también en los restos
encontrados en Gandul. Para la construcción de estas obras defensivas que, en
todo caso, aprovechaban ya la ventaja que el terreno accidentado ofrecía, se
precisaban sillares cuyo material se encontraba en el propio Alcor, esto es,
fuente de material constructivo sólido, de lo que dan fe las numerosas
canteras, hasta la actualidad. Un material que de no existir esta fuente habría
que buscar en las Subbéticas o en Sierra Morena, a una considerable distancia.
No se agota aquí la importancia estratégica de esta formación, dado que el
aprovechamiento de un enclave defensivo estaba ligado a un acceso relativamente
fácil al agua, lo que en este caso estaba más que garantizado, teniendo en
cuenta que el paquete de calcarenitas de los Alcores constituyen la mayor parte
del acuífero nº 28 Carmona-Cuaternario Antiguo del Guadalquivir. Los múltiples
manantiales permiten un aprovechamiento a lo largo de todo el Alcor, más
continuo que los cursos de agua alimentados exclusivamente por las
precipitaciones, puesto que los acuíferos ejercen un efecto regulatorio en los
caudales, atenuando sensiblemente sus oscilaciones. Los molinos instalados al
pie o en el carpe de los Alcores son una muestra patente del aprovechamiento de
este recurso desde hace siglos.
Sobre la superficie del Alcor se
desarrollan suelos rojos, resultado de la descalcificación de las calcarenitas
y la oxidación de sus elementos férricos. Pobres en materia orgánica, han sido
ocupados sobre todo por plantaciones de árboles frutales o puestos en regadío
en el marco de pequeñas huertas que aprovechaban los recursos hídricos del
acuífero. La puesta en cultivo de los suelos y la eliminación de la vegetación
original es una constante en las tres unidades geográficas que hemos
individualizado, tanto más en el caso de las terrazas y de la vega, donde la
feracidad y el rendimiento de los suelos es muy superior a los Alcores. Hoy en
día resulta difícil proponer una vegetación climácica para toda ésta área,
aquella que correspondería a estos diversos suelos si no se hubiera interpuesto
la acción antrópica.
La
presión humana, que desde la prehistoria se hizo patente, fue transformando la
vegetación, clareándola o eliminándola directamente para dar paso a los
cultivos seleccionados por el hombre. De esta manera los restos de vegetación
que quedan, bien escasos, distan mucho de representar la vegetación climácica y
son resultado de la degradación progresiva de aquella. Como ejemplo de ello
baste decir que la dehesa, que en sí representa una simplificación y
empobrecimiento del bosque original, no deja de ser hoy una "rara
avis", conservada en muy puntuales localizaciones, último refugio de las
especies autóctonas, sobre todo de porte arbóreo y bajo creciente amenaza de
desaparecer definitivamente en un matorral sin árboles.
La vegetación climácica de la mayor parte de
nuestro municipio corresponde a un encinar termomediterráneo de Quercus
rotundifolia. Se trata a de un bosque esclerófilo, de hojas pequeñas,
endurecidas y coriáceas, adaptadas a la sequía estival para minimizar la
transpiración. El otro rasgo característico de esta formación vegetal, tanto en
el estrato arbóreo como en el arbustivo es la perennifolia, posibilitada por
unas temperaturas medias suaves. En su estado climácico el encinar muestra una
densidad impenetrable por la malla que forman el sotobosque y la abundancia de
plantas trepadoras: zarzas, espinos, rosales, hiedras, madreselvas, zarzaparrillas,
aristoloquias, etc. La condición termófila del encinar de esta zona permite la
presencia en su sotobosque de multitud de especies, que van desapareciendo a
medida que las condiciones se hacen más rigurosas. Entre ellas se encuentran el
lentisco (pistacia lentiscus), el algarrobo (ceratonia siliqua), el mirto
(Myrtus communis), el acebuche (Olea europaea), la zarzaparrilla (Smilax
aspera), y allí donde la humedad aumenta aparece el madroño (Arbutus unedo), la
cornicabra (Pistacia terebintus) o el labiernago (Phillyrea angustifolia). La
primera etapa de degradación significa el paso del bosque al matorral
preforestal, en el que la encina puede jugar un papel dominante si bien con
porte arbustivo (carrasca), aunque lo normal es que su lugar sea asumido por la
coscoja (Quercus coccifera). En un grado mayor de degradación empiezan a
dominar los matorrales espinosos con diversas especies del género Rhamnus
(Lycioides y Oleoides). La siguiente fase en la regresión vegetal viene marcada
por matorrales heliófilos, en este caso sobre sustrato calcáreo, sobre todo por
tomillares. Aunque el tomillo (diversas especies del género Thymus) da nombre a
la formación, no necesariamente es la especie dominante, combinándose con
leguminosas como la retama (Retama sphaerocarpa) y la aulaga (Genista hirsuta)
o con el palmito (Chamaerops humilis).En las pocas zonas no dedicadas al
cultivo de nuestro municipio, fundamentalmente en el Alcor, no es infrecuente
encontrar la piedra que aflora, sin ningún tipo de recubrimiento edáfico y
cubierta sólo por pequeñas herbáceas durante el invierno.
Sobre los pesados suelos de bujeo de la vega
algunos autores señalan como formación climácica un bosque de acebuches (Olea europaea),
desaparecido en su totalidad por la presión agrícola al tratarse de suelos muy
aptos y que dan paso en las fases de degradación a un matorral de palmito
(Chamaerops humilis), coscoja y rosales (rosa mosqueta, canina, ...) y en una
fase más avanzada incluye aulagas (Genista hirsuta) y matagallos (Phlomis
purpurea).
Por último, no debemos dejar de mencionar una
última formación vegetal, de menor desarrollo en extensión, pero de gran
importancia por la diversidad específica que introduce: los bosques de ribera.
En su conjunto se trata de especies con unos requerimientos hídricos que harían
incompatible su presencia en nuestro medio climático, de no ser porque la
cercanía a la fuente de humedad que representan los cursos de agua las libera
de las exigencias hídricas de cada una y de su resistencia a las crecidas. En
contraste con la vegetación climácica se trata de especies caducifolias. La
disposición teórica se compone de tres bandas: saucedas, choperas o fresnedas y
olmedas. Junto a estas especies aparecen en nuestro ámbito un árbol,
generalmente de porte arbustivo, el taraje (género Tamarix) que, entremezclado
con las otras especies descritas, se adaptan mejor a las condiciones de acusado
estiaje de muchos de nuestros cursos de agua. Al igual que la vegetación
climácica también los bosques de ribera han sido progresivamente eliminados, al
localizarse sobre suelos fértiles, de fácil acceso y ofrecer una fuente óptima
de madera. El río Guadaíra es un claro ejemplo de esta degradación. En todo su
discurrir por nuestro municipio son contados los tramos donde pueden contemplarse
ejemplares de porte arbóreo. Muestras de bosque de ribera que aún merezcan tal
denominación se localizan también en arroyos de cierta entidad o difícil acceso
(Maestre, Gandul o Gallegos), donde el abarrancamiento del terreno imposibilita
el laboreo de la tierra. La pérdida de esta vegetación, como la de los setos
vivos, supone el golpe final al medio natural. Con ella se pierde el último
vestigio de la diversidad vegetal que un día pobló esta tierra y acaba con los
restos de fauna que a duras penas sobreviven en estas zonas de refugio, cada
vez más aisladas y acosadas.
Para terminar esta semblanza del
medio físico volvemos brevemente al Guadaíra, verdadero eje estructurador del
territorio de nuestro pueblo, conectando las tres unidades geográficas descritas
en su discurrir longitudinalmente a través del término municipal. El Guadaíra
adquiere su condición de río en Alcalá, donde aumenta su caudal con los aportes
de los distintos arroyos y manantiales: Gandul, Marchenilla, Cajul, Oromana,
Vista Alegre, La Pañuela, San Francisco, El Negro, El Zacatín, etc. Hoy en día
simboliza perfectamente, para nuestro pesar, el estado del medio ambiente en
nuestro pueblo. Los aportes provenientes de los Alcores han disminuido por la
explotación intensiva del acuífero, así como por la desaparición física del
mismo, sobre todo en Alcalá, donde las numerosas canteras destruyen el Alcor,
en un proceso que de forma natural requeriría millones de años. Por otra parte,
sus aguas bajan contaminadas por los vertidos de los diversos municipios de la
cuenca y muy especialmente por los alpechines, verdadera bestia negra de la
calidad de sus aguas. El proceso es tanto más impactante cuanto que se ha
concretado en un periodo relativamente corto de tiempo, de suerte que todavía
muchas personas guardan en su memoria una imagen prácticamente idílica del río,
que se confirma por la atención prestada por pintores y escritores a lo que un
día fue un paisaje espléndido y pintoresco. Observando el paisaje actual cabe
maravillarse de ello y preguntarse cómo en tan breve espacio de tiempo se pudo
malbaratar ese capital y qué hemos obtenido de su venta. Los últimos vestigios
de lo que un día fue un paisaje lleno de vida se encuentran en las páginas
siguientes.
Antonio Gavira Albarrán.