Salimos de
Beca a las nueve de la mañana con el objetivo de encontrar el Molino del
Portugués, un ingenio hidráulico situado en la margen izquierda del río
Guadaíra a su paso por el término municipal de Arahal; según habíamos
comprobado en los mapas topográficos de 1872 y 1918. La cartografía posterior
no reflejaba que existiese allí ningún molino, tampoco los documentos
municipales consultados y nuestros amigos arahalenses lo desconocían. Con estos
mimbres nos desplazamos a una de las zonas menos conocidas de nuestro
río.
Entramos en
la Cañada Real de Morón desde la carretera Utrera – Arahal y continuamos por ella hasta pasar la línea del ferrocarril
Utrera-Fuente de Piedra, antaño conocida como Utrera-La Roda, donde dejamos estacionados
los coches.
Con un sol
espléndido, y una temperatura primaveral, en medio de una escena de caza con
perros, comenzamos a desplazarnos por la vía pecuaria en dirección al río
Guadaíra, distante de nosotros un kilómetro seiscientos metros. Estábamos en el
páramo de Martinazo; topónimo que también le da nombre a un
cerro, un arroyo y dos cortijos, Martinazo Alto
y Bajo.
Una vez en
la servidumbre del río comenzamos a caminar corriente arriba, por su margen
izquierda, entre olivos y una frondosa e impenetrable olmeda que nos impidió
aproximarnos a su cauce. En estos primeros metros la embarrada umbría deslució
pronto nuestro calzado, aunque no conseguiría desanimarnos.
El primer meandro vino a posicionarnos en la solana. Quedaron atrás los olivos, la umbría y el barro. Desde allí parte un padrón perpendicular al cauce con algunas palmas testigo. En el bosque de galería comenzaron a destacar los rosales silvestres repletos de escaramujos y los aladiernos, sin duda la concentración más importante que hemos visto de estos últimos en lo ya mucho recorrido por el Guadaíra.
Después de
sortear unas colmenas, nos internamos en la olmeda emberrenchinada de
zarzamoras, que, a diferencia de las adormiladas abejas, nos propinaron varios
zarpazos.
Al poco descubrimos los escasos restos del Molino del Portugués. Nos pareció un molino de canal o de caz de una sola piedra. En el cubo de presión se podían ver las acanaladuras laterales que lo regulaban. El sistema de estos molinos consistía en embalsar el agua para luego dejarla caer por un cubo al saetín con el objetivo de accionar el rodezno ubicado bajo la bóveda o cárcamo que, con un movimiento rotatorio, transmitiendo fuerza a la muela superior o volandera, conseguía molturar el cereal. Se opinó que unos restos de muros tapizados de musgo pudieron formar parte de la presa y la vivienda del molinero. Dejamos atrás el enigmático molino con más preguntas que certezas.
Empezaron a
aparecer eucaliptos, que nos permitieron aproximarnos con más facilidad al
encajonado cauce. Luego unos viejos y majestuosos fresnos, algo apartados,
planteaban la hipótesis de un desplazamiento progresivo del cauce a la derecha.
La selvática e impenetrable vegetación de la ribera decidió dejar de darnos tregua, para acompañarnos hasta el “Puente de Piedra”; nombre con el que se conoce a uno metálico construido para salvar el Guadaíra en la olvidada línea del ferrocarril Utrera-Osuna. En esta atalaya, que conocíamos de nuestra anterior escapada, disfrutamos unos instantes de unas bonitas vistas del río.
Continuamos
nuestra marcha por la antigua línea del ferrocarril escoltados por almendros,
pitas, encinas, lentiscos, acebuches y un buen número de conejos, hasta
conectar nuevamente con la Cañada Real de Morón, distante unos ochocientos
metros del puente.
La vía
pecuaria la tomamos a la izquierda, hasta alcanzar nuevamente el río Guadaíra.
A partir de aquí, la ruta transcurrió por la margen derecha de la ribera. A los
pocos metros nos paramos ante una importante lámina de agua, abrigada por
juncos, fresnos, tarajes y zarzas, donde sesteaba una tortuga, y nos imaginamos
a las nutrias disfrutando del lugar en época de estío.
En este tramo del río Guadaíra sobresalen unos enormes, rojizos y fotogénicos eucaliptos, acompañados de tarajes centenarios y un palmar que transcurre paralelo a la ribera durante un kilómetro. En esta zona, nos pasó otra partida de cazadores interpretando el drama de la caza.
Vadeamos el río en un punto apropiado ayudándonos unos a otros. Dejamos atrás un imponente eucaliptal por descubrir y el inicio de una próxima ruta. Tomamos de regreso la vereda de Los Puertos, entre olivos, parándonos en una balsa y un pozo abrevadero. Cuando llegamos a la cañada real de Morón, la tomamos de regreso a los coches.
Francisco José Gavira Albarrán
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