Ermita de Belén
Una vez en la urbanización de Las Encinas, nos dirigimos a la calle Clavo para estacionar el coche al final del todo. Esta calle es un tramo asfaltado de la vía pecuaria que ha quedado reducida a poco más de seis metros de anchura. El resto del trazado del cordel del Término y la Camorra también se encuentra usurpado, aunque en menor medida. Los propietarios de las parcelas por donde transita lo han dejado en unos quince metros de media, cuando debería tener treinta y siete y medio, hurtando, de esa manera, el derecho a su uso ganadero, al disfrute público recreativo o constituirse en una reserva ecológica.
En los primeros metros de nuestro recorrido dejamos a la izquierda un par de campitos de fútbol asilvestrados, por falta de uso, que dieron paso a la conocida como “Dehesa Nueva”, un reservorio ecológico cargado de acebuches, encinas, cornicabras, lentiscos, coscojas, retamas, etc., donde pudimos comprobar que se roturaban algunos espacios sin ningún sentido aparente, pero con una visión estratégica. A nuestra derecha dejábamos atrás un eucaliptal.
Mientras una pareja de águila calzada sobrevolaba la dehesa y los conejos salían disparados a nuestro paso, conversábamos sobre el destino que la multinacional del cemento le tiene asignado a esta isla natural, el último espacio adehesado que precede a la zona de terrazas en la comarca de Los Alcores, una reliquia en un entorno fuertemente antropizado.
Tras cruzar la carretera de Mairena a Sevilla, que es también una vía pecuaria, «la verea», los olivos se presentaron a nuestra izquierda y los naranjos a nuestra derecha hasta llegar a la hacienda de San Agustín, donde el olivar cambia de margen y la tierra calma se impone a nuestra izquierda.
Desde la hacienda parte una gavia paralela al cordel, que posiblemente se esté utilizando como desagüe de la balsa que allí han construido. En ella han prosperado acebuches, moreras, parras silvestres (Vitis vinifera ssp. Sylvestris), lentiscos, zarzaparrillas y se encuentra plagada de acantos (Acanthus mollis). En el momento de pasar por allí nos sobrevolaron tres moritos comunes (Plegadis falcinellus), que marchaban en dirección a la hacienda de Torre Palma. El cordel del Término y de la Camorra acaba enlazando, algo más adelante, con la Cañada Real de Pero Mingo y de Palmete.
Al poco, torcimos a la derecha por el cordel de Sevilla a El Viso del Alcor. Cruzamos el entubado arroyo de Belén, que baja de Los Alcores desde las tierras de la hacienda. Se dice del arroyo que en sus riberas tuvo granados y algún membrillo y que el agua discurría con asiduidad. Hoy solo intuimos su curso devorado por el arado, una tierra calma donde antes hubo olivos. A partir de este punto se le conoce como «alamea Belén», una olmeda que fue desmontada en los años ochenta y de la que da testimonio un solitario ejemplar acorralado por girasoles.
Nosotros torcimos a la izquierda, por un camino de gravilla compactada, para acercarnos a la ermita de Belén, completamente cubierta de higuerones y distante del arroyo unos doscientos metros.
En los restos semiocultos de la ermita se distinguen dos momentos constructivos bien diferenciados. La dependencia situada a la derecha de la puerta de entrada, levantada con muros de tapial, con algún ladrillo “gafa” y “taco” incrustado, parece la más reciente. El resto, con multitud de remiendos, tuvo que ser la ermita propiamente dicha. Al entrar llama la atención una ventana soportada por dos sillares, que debió tener vistas al campo y luego se quedó enclaustrada con la ampliación. Lo más interesante es la puerta que da paso a la estancia central, formada con bloques de piedra caliza que terminan en un arco carpanel o apaisado. Dentro, una puerta da paso a otra estancia o a un corral. El resto de las paredes de tapial se encuentran derruidas. Las fuentes orales nos cuentan que en los años cuarenta o cincuenta del siglo pasado vivía allí “Pata Palo” con su familia; personaje que ejercía de guarda para varias fincas de la zona. Leandro José de Flores dice en sus «Memorias Históricas de la Villa de Alcalá de Guadaíra», (1833), que «la capilla pública de Belén se encontraba a algo más de un cuarto de legua de la hacienda de El Lavadero de Santa Bárbara», que se encuentra dentro del término municipal de Alcalá.
Nos acercamos a un par de pozos sellados en las proximidades de la ermita. Tiramos unas fotos. De regreso paramos donde el camino se cruza con el arroyo. Allí, un enorme, viejo y seco eucalipto alberga una importante familia de salamanquesa común; alguna nos impresionó por su gran tamaño y oscuridad.
Ya
de vuelta, en algún punto del camino, una Megascolia maculata Cf M. bidens,
campeaba en una “viudita silvestre” (Escabiosa columbaria L.), mientras tanto
un ratonero común sobrevolaba nuestras cabezas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario