viernes, 25 de agosto de 2023

Rutas por el río Guadaíra: Una aproximación al Puente de Hornillo desde La Ramira.


El 28 de abril salimos de Alcalá a las 16:30 h. en dirección a la urbanización La Ramira acompañados de treinta grados centígrados, para, desde allí, siguiendo el curso del río Guadaíra, aproximarnos por segunda vez al Puente de Hornillo. 

Dejamos los coche al final de la calle Luis Mazanttini. Comenzamos la ruta con el río a nuestra izquierda. Al llegar a lo que parecía una depuradora, distante unos escasos cien metros de los coches, un viandante de aspecto extranjero rodeado de algunos pertrechos sesteaba a la sobra de un fresno. Agotado y desaliñado, nos transmitía que su destino era incierto. 

Una vez que dejamos atrás la depuradora y al caminante, mostramos interés por la trepadora Bryonia alba, de la familia de las Cucurbitáceas, que se entrelazaba con la Vinca major L., de pequeñas florecillas celestes. El cauce del río es en este primer tramo prácticamente invisible debido a la abrumadora presencia de tarajes, cañas y fresnos, entre los que resalta una solitaria y majestuosa encina.

El primer contacto con el cauce podríamos catalogarlo de decepcionante. Paso habitual de personas y cabras, no tiene más de medio metro de anchura. Un pequeño salto nos posicionó en la orilla opuesta. En este lugar predominan los carrizos envolviendo una aceptable lámina de agua si miramos el curso en el sentido contrario a la corriente. En dicho embolsamiento dimos por hecho la presencia de cangrejos y tortugas, que quisimos ver, pero que algunos no vimos. 

Siguiendo la corriente, un estrecho sendero nos alejó tres o cuatro metros del cauce. Los eucaliptos ya ocupaban el papel principal en la escena hasta que pronto empezaron a predominar los olmos y fresnos cerrándolo todo a modo de selva. Espesura quebrada que hizo imposible continuar junto a la orilla y nos obligaría a subir un talud de unos tres o cuatro metros hasta dar con un camino paralelo a la ribera. En este punto, a modo de padrón, unas chumberas afectadas por la cochinita del carmín acompañadas de esparragueras y pitas montaban la guardia de un naranjal. Estábamos en las tierras del Cortijo del Torrejón. 

Continuamos por el camino algo más de cien metros, ya con olivos a nuestra izquierda, hasta internarnos en un eucaliptal que nos posicionaría nuevamente junto al cauce. En esta zona, junto a los eucaliptos, pudimos distinguir algunas adelfas, cañas, tarajes, palmas, aladiernos, carrizos y fresnos. El rio no mostró señal alguna de vida, a pesar de que un compañero intentó en repetidas ocasiones que aflorase arrojando trocitos de pan al agua. Cuando nuevamente se hizo imposible continuar, un imponente acebuche constituyó el punto de arranque a la escalada de un nuevo talud, esta vez de cuatro o cinco metros de altura.

Ahora, los fresnos competían con los eucaliptos en una batalla que parecía iban ganando los primeros. En todo caso, el nuevo tramo se hizo inaccesible. Su encajonamiento y la abundante vegetación nos mantuvieron a cierta distancia del cauce. Tras sortear un retamal, llegamos a la carretera A360. En el puente innominado que cruza el río estuvimos disfrutando de las vistas. Una fugaz garza real apareció y desapareció en un instante, haciéndonos desear la presencia de peces en la lámina de agua que se atisbaba.  

Después de cruzar la carretera, bajamos al cauce sorteando una alambrada entre higueras bravías y ailantos. Bajo el puente, aparecieron los conglomerados, rocas sedimentarias de tipo detrítico formadas mayoritariamente por clastos redondeados tamaño grava, algunas de ellas nos parecieron los arranques de un desaparecido puente. 

Un requiebro de noventa grados enfiló el río en dirección al Cortijo de Hornillo. Nuevamente tuvimos que saltar una valla para continuar por la margen que traíamos, con el río a la derecha y ahora con una plantación de alcornoques a la izquierda. 

En este tramo, hasta el cortijo, el cauce se encuentra encastrado en el terreno como en ningún otro lugar lo hemos visto. En ocasiones a ocho, diez o más metros de profundidad y cinco o seis de anchura, ocultando el líquido elemento en la hendidura y la espesura de la vegetación. Este ecosistema subterráneo echó al vuelo nuestra imaginación sobre los misterios que guardaría. En el escarpe pudimos fotografiar a la Delphinium pentagynum Lam., con sus flores moradas entre abundantes palmas y retamas.

El Cortijo de Hornillo apareció ante nosotros en estado semirruinoso, sin mostrar signos de vida humana. Es muy probable que algunas de sus dependencias aún se utilicen en determinadas labores agrícolas y épocas del año. Sin duda debió de tener una gran actividad agrícola y ganadera. Al parecer, en la cartografía se le atribuye un tentadero. En esos momentos sobrevolaron sobre nuestras cabezas diferentes tipos de aves, entre ellas algunas palomas. 

Al llegar al camino de servicio, que da acceso a la finca, tuvimos que saltar otra alambrada. Desde allí, nos acercamos al río. En este lugar abundan los carrizos, fresnos y algunos eucaliptos. El agua la vimos estancada y repleta de algas, una consecuencia del bajo nivel de oxígeno y por el contrario alto nivel de nitrógeno. 

Cruzamos el río por unas piedras y nos situamos en la orilla opuesta. Después de subir un nuevo talud, continuamos por la margen derecha, teniendo una alambrada y el río a nuestra izquierda y un trigal óptimo para la cosecha a la derecha.

Este tramo de río se encuentra alambrado hasta el Puente de Hornillo. El conglomerado se muestra aquí de una forma espectacular: suelos lisos, rocas sueltas en el lecho, paredes cortadas a cuchillo … La ribera se abre en esta zona. Por el contrario, el acceso al cauce es prácticamente imposible o muy difícil por las alambradas. Solo un compañero se atrevió. En todo caso, pudimos tomar bonitas fotos en estos espacios abiertos de nuestro río. 

La línea del ferrocarril Utrera - Morón la teníamos en el horizonte cada vez más próxima. La imagen del puente comenzó imponiéndose. Alcanzar nuestro objetivo motivó numerosas fotos de grupo. Después de retratar el puente desde todos los ángulos que pudimos y descansar unos instantes en su herrumbrosa estructura continuamos nuestra marcha, ya de vuelta a La Ramira, siguiendo el balastro del ferrocarril. 

Andar por el balastro de una línea de tren no es nada fácil. En el caso que nos ocupa lo fue aún más. Lenticos, pitas, acebuches, aladiernos, esparragueras… han invadido literalmente la línea motivando que tuviésemos que apearnos de ella a cada momento. 

Después de casi un kilómetro, una cancela y una alambrada cortaban la línea férrea, privatizándola de facto e impidiéndonos concluir el itinerario propuesto. Estábamos en el cruce del camino de servidumbre que se dirige desde la carretera al Cortijo de Los Arenales, aproximadamente distante un kilómetro seiscientos metros de allí, si tomásemos el camino asfaltado a la izquierda. 

Nosotros lo tomamos a la derecha, no sin antes inmortalizar a una tacarnina en flor y sacar unas fotos de las últimas edificaciones del Cortijo de Hornillo, alguna de ellas de un trazado muy sugerente, quizás no correspondan a la arquitectura tradición andaluza. En los mapas topográficos de finales del siglo diecinueve se nombraba a este lugar como Hazas del Conde David. 

Desde allí hasta La Ramira nos separaba un kilómetro y medio, que anduvimos en paralelo a la carretera entre asfalto y girasoles. Ya diseñando el siguiente objetivo.

 

Francisco José Gavira Albarrán


Mapa de la ruta.