Entre las antiguas imágenes que
rescatan la memoria del río Guadaíra destaca el conocido “Cliché Cotán”, una
serie de fotografías tomadas entre los años veinte del siglo XX. La que hoy
mostramos fue tomada desde la margen derecha del río, donde se alza uno de los
molinos más emblemáticos de la ribera alcalareña: el molino de San Juan, que
por entonces pertenecía a la familia de La Portilla.
La instantánea, de tono azulado y
marcada por el estilo fotográfico de la época, captura un instante de la vida
cotidiana en torno al cauce. En primer plano, el edificio se refleja en la
lámina tranquila del río, cuyas aguas fluyen hacia el espectador. Posiblemente
estemos en verano, dada la escasez de agua en el río.
En la base del molino, tres
hombres descansan sentados a la entrada, junto a unos aparejos de labor que
sugieren tareas molineras o quizás labores de mantenimiento. La construcción,
de muros encalados y cubierta a cuatro aguas, muestra claramente el paso del
tiempo: la fachada presenta desconchados, manchas de humedad y vegetación
trepando, posiblemente una higuera, signos inequívocos del abandono progresivo
que comenzaban a sufrir muchos de estos ingenios hidráulicos.
Al fondo, sobre los cerros, se
distingue una masa de pinares recortada con nitidez contra el cielo. Este
detalle no es casual: los pinares del entorno de Alcalá de Guadaíra fueron
objeto de repoblaciones a finales del siglo XIX y principios del XX, dentro de
proyectos de regeneración forestal destinados a proteger el suelo y embellecer
el paisaje.
Más allá de su valor estético, la
imagen constituye un testimonio documental de un modo de vida y de trabajo
ligado al agua. Los molinos del Guadaíra —harineros, de rodezno o de cubo, como
el que aquí aparece— fueron durante siglos el motor económico de la comarca y
conformaron un paisaje cultural de enorme riqueza, hoy en gran parte
desaparecido o transformado.
Esta fotografía forma parte de la
colección digital de Antonio Gavira Albarrán.
El “Cliché Cotán”, por tanto, no
es solo una fotografía antigua: es un fragmento de historia. Nos permite leer
el territorio desde la mirada de quien, hace un siglo, supo detener el tiempo
con su cámara.

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