Foto digital en el archivo de
Antonio Gavira Albarrán. En 1922, el fotógrafo alemán Kurt Hielscher
inmortalizó una escena que hoy forma parte del imaginario visual de Alcalá de
Guadaíra. En la imagen, dos niñas caminan por un sendero de tierra, rodeadas de
margaritas, cargando un gran cántaro. Al fondo se recorta la poderosa silueta
del castillo de Alcalá, cuyos muros centenarios dominan el paisaje. La
fotografía, incluida en su célebre libro Das unbekannte Spanien, no solo
retrata un monumento; captura un modo de vida, un ritmo rural y humano que
entonces definía la esencia de gran parte del municipio.
Hielscher llegó a España en 1914,
y la guerra europea que estalló poco después lo mantuvo en la península durante
años. Ese inesperado arraigo se convirtió para él en una oportunidad: recorrer
el país a fondo, conocer pueblos y ciudades más allá de los circuitos
consagrados y descubrir una España que, como su propio título afirmaba,
permanecía “desconocida” para buena parte de Europa. Su mirada se caracterizó
por un equilibrio poco común entre la intención documental y una sensibilidad
estética casi poética. En Andalucía encontró un territorio fértil para esa
combinación, y Alcalá de Guadaíra no pasó desapercibida ante su objetivo.
La fotografía tomada junto al
castillo resume el estilo y las inquietudes del autor. Para Hielscher, los
monumentos importaban tanto como las personas que vivían en su entorno. Nunca
se limitó a registrar fachadas o panorámicas; buscó, ante todo, mostrar cómo
los seres humanos habitaban los paisajes que habían heredado. Por eso las
protagonistas no son solo las torres de piedra, sino también esas dos niñas
que, con sus vestidos sencillos y su cántaro de barro, encarnan la cotidianidad
del Alcalá de principios del siglo XX.
La relación entre la población y
el castillo aparece en esta foto sin artificios. El sendero que asciende hacia
la fortaleza, los márgenes con margaritas, la naturalidad de las niñas
avanzando, revelan una convivencia orgánica entre monumento y comunidad. La
imagen es a la vez un documento histórico y una composición de gran belleza:
las líneas del camino conducen la mirada hasta las murallas, mientras la
presencia humana aporta escala, vida y emoción.
Esta fotografía también tiene
valor como registro social. En aquellos años, el transporte del agua seguía
siendo una tarea habitual en la vida rural, y el cántaro que cargan las niñas
remite a un modo de subsistencia que desaparecería con la modernización del
siglo XX. La escena, espontánea y tranquila, condensa un mundo que ya no
existe, pero que forma parte de la memoria cultural de la ciudad.
La obra de Hielscher ha sido
recuperada en las últimas décadas por investigadores y aficionados que buscan
revisitar los lugares que él retrató. Proyectos como In the Footsteps of
Kurt Hielscher muestran el impacto duradero de sus imágenes y el interés
por comparar los paisajes actuales con los que él fotografió hace un siglo. En
Alcalá de Guadaíra, ese ejercicio de cotejo revela cuánto ha cambiado el
entorno del castillo, pero también cuánto permanece de su identidad.
Más allá de lo puramente visual,
la presencia de Hielscher en Alcalá forma parte de una historia mayor: la de un
fotógrafo que, atrapado por la guerra lejos de su país, encontró en España un
vasto territorio de descubrimiento. Su paso por la localidad quedó fijado en
una fotografía que reúne arquitectura, naturaleza y vida cotidiana. Una imagen
que, cien años después, nos recuerda que cada monumento es también un cruce de
caminos humanos.

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