sábado, 4 de diciembre de 2021

EL MEDIO FÍSICO EN ALCALÁ DE GUADAÍRA

Vistas de La Mesa desde la vereda de Angorrilla.

        El municipio de Alcalá de Guadaíra cuenta con una extensión de 287 km. cuadrados y una población de derecho de 75.533 habitantes. Se enclava en el área metropolitana de Sevilla y limita, además de con la capital de la provincia, de la que dista 16 km., con los términos municipales de Mairena del Alcor, a 7 km., Carmona, a 24 km., El Arahal, a 33 km., Utrera, a 21 km., Dos Hermanas, a 8 km., Los Molares y Los Palacios y Villafranca. 

        El gran atractivo original del territorio de Alcalá de Guadaíra consistió en la gran diversidad ecológica y de recursos derivados de ella. El término municipal se enmarca en la gran unidad de relieve que representa la depresión del Guadalquivir, antiguo brazo de mar colmatado progresivamente durante el Mioceno, a finales del Terciario. El resultado de este relleno en el curso bajo del actual Guadalquivir es una topografía de pendientes poco pronunciadas y una impresión general de planitud. A partir de Alcalá del Río la margen izquierda del río estaba, en principio, determinada por dos unidades geográficas fundamentales: el valle del Guadalquivir y la campiña. Sin embargo, este sencillo esquema se vería trastocado por una tercera unidad que vendría a surgir extendiéndose desde Dos Hermanas hasta Carmona, Los Alcores. De estas tres unidades participa el territorio de Alcalá y de ahí su diversidad. 

        El Valle del Guadalquivir se divide en el cauce actual del río y las terrazas fluviales, que se diferencian por su distinta altitud topográfica, producto del encajamiento del río en sus propios depósitos. En lo que respecta a nuestro municipio, las terrazas del Guadalquivir que caen dentro de su territorio corresponden, por su altitud topográfica y distancia relativa al cauce actual, a los periodos más antiguos en la configuración de la red fluvial. 

Arroyo de Guadairilla. 

La otra gran unidad geográfica por extensión junto al valle del Guadalquivir es la campiña, que aquí cabe individualizar como Vega del Guadaíra y que, manteniendo la planitud topográfica de las terrazas, presenta una génesis y características no asociadas el Guadalquivir. 

        Se trata de terrenos con una elevada proporción de arcillas, que cometidos a la acción de la arroyada, producen un relieve suave en torno a los 70 m.s.n.m.., con una red de avenamiento muy ramificada lo que apunta a la escasa resistencia de estos terrenos a la acción de la erosión. Hacia el este se produce un cierto acolinamiento aunque de pendientes suaves, donde predominan las margas y margo arcillas y que reciben el nombre de Albarizas. 

           En principio el resultado de la colmatación de la depresión del Guadalquivir en este tramo habría sido una amplia superficie de topografía muy llana desde el cauce del río hasta las estribaciones de las Serranías Subbéticas. Sin embargo la dinámica orogénica postpliocénica, con diversos basculamientos y rupturas, condujo en nuestro ámbito a la aparición de los Alcores, un bloque que, arrancando desde el SW de nuestro término municipal, se proyecta a lo largo de treinta kilómetros hacia el NE, hasta Carmona, donde muestra su cota máxima, 248 m.s.n.m.., constituyendo el verdadero eje del paisaje, no sólo por su evidencia topográfica que resalta sobre el entorno, sino también por la variedad y el contraste que introduce en el medio natural. 

              Los Alcores se componen litológicamente de dos materiales bien diferenciados: en la base se encuentran las margas azules de datación miocénica, muy deleznables. En el techo aparecen las calcarenitas, sedimento calizo, conchífero, formado durante el Plioceno, en un mar poco profundo, con elementos orgánicos muy groseros e inorgánicos, cementados en un todo constituyendo una roca sedimentaria compacta, que alcanza una potencia de 80 metros. 

Dehesa Nueva.

              El conjunto presenta una morfología típica de cuesta, con un frente que mira hacia la vega del Guadaíra, definiendo un escarpe nítido, en el que las margas que afloran son atacadas fácilmente por la erosión frente a las calcarenitas, más resistentes, generando una erosión diferencial del bloque. A partir del límite del escarpe y hacia el Guadalquivir se encuentra el dorso de la cuesta, con un pendiente suave que se extiende hasta las terrazas más alejadas del río, bajo las que finalmente queda fosilizada. El frente de la cuesta muestra la línea de falla resultante tras el levantamiento de todo el bloque ya en el Cuaternario.         

El Alcor marca un claro límite entre las terrazas del Guadalquivir y la campiña o vega del Guadaíra. El bloque es cortado por el río Guadaíra. Según Díaz del Olmo, una vez fijado el nivel de base que constituye el Guadalquivir y establecida la red fluvial de segundo orden, el río Guadaíra, con su trazado básico ya definido, se habría ido encajando en los estratos del Alcor a medida que este emergía durante el Cuaternario. 

La aparición de los Alcores amplia la variedad morfológica y litológica del municipio de Alcalá y, lo que es más importante, la variedad de ámbitos ecológicos que ofrecen recursos para su explotación por el hombre. No resulta ocioso resaltar como los núcleos principales de cuatro municipios: Carmona, El Viso, Mairena y el propio Alcalá, se sitúan sobre el Alcor, en concreto en el límite del dorso con el frente y ello es así desde los primeros pobladores, cuyos abundantes vestigios dan fe de una tendencia continuada. La localización en los Alcores maximiza el acceso a los recursos representados por el mismo y por las otras dos unidades que tienen aquí su límite: terrazas fluviales y campiña. Así mismo ofrece diversos recursos de los que carecen las tierras del entorno: en primer lugar, una ventaja de localización, libre de inundaciones y lugar ideal como oteadero en un principio en el que el hombre dependía de la caza para sobrevivir. Más adelante, con la sedentarización, se añadiría una ventaja defensiva que queda de manifiesto en nuestro municipio no sólo en el castillo de Alcalá, sino también en los restos encontrados en Gandul. Para la construcción de estas obras defensivas que, en todo caso, aprovechaban ya la ventaja que el terreno accidentado ofrecía, se precisaban sillares cuyo material se encontraba en el propio Alcor, esto es, fuente de material constructivo sólido, de lo que dan fe las numerosas canteras, hasta la actualidad. Un material que de no existir esta fuente habría que buscar en las Subbéticas o en Sierra Morena, a una considerable distancia. No se agota aquí la importancia estratégica de esta formación, dado que el aprovechamiento de un enclave defensivo estaba ligado a un acceso relativamente fácil al agua, lo que en este caso estaba más que garantizado, teniendo en cuenta que el paquete de calcarenitas de los Alcores constituyen la mayor parte del acuífero nº 28 Carmona-Cuaternario Antiguo del Guadalquivir. Los múltiples manantiales permiten un aprovechamiento a lo largo de todo el Alcor, más continuo que los cursos de agua alimentados exclusivamente por las precipitaciones, puesto que los acuíferos ejercen un efecto regulatorio en los caudales, atenuando sensiblemente sus oscilaciones. Los molinos instalados al pie o en el carpe de los Alcores son una muestra patente del aprovechamiento de este recurso desde hace siglos. 

           Sobre la superficie del Alcor se desarrollan suelos rojos, resultado de la descalcificación de las calcarenitas y la oxidación de sus elementos férricos. Pobres en materia orgánica, han sido ocupados sobre todo por plantaciones de árboles frutales o puestos en regadío en el marco de pequeñas huertas que aprovechaban los recursos hídricos del acuífero. La puesta en cultivo de los suelos y la eliminación de la vegetación original es una constante en las tres unidades geográficas que hemos individualizado, tanto más en el caso de las terrazas y de la vega, donde la feracidad y el rendimiento de los suelos es muy superior a los Alcores. Hoy en día resulta difícil proponer una vegetación climácica para toda ésta área, aquella que correspondería a estos diversos suelos si no se hubiera interpuesto la acción antrópica. 

        La presión humana, que desde la prehistoria se hizo patente, fue transformando la vegetación, clareándola o eliminándola directamente para dar paso a los cultivos seleccionados por el hombre. De esta manera los restos de vegetación que quedan, bien escasos, distan mucho de representar la vegetación climácica y son resultado de la degradación progresiva de aquella. Como ejemplo de ello baste decir que la dehesa, que en sí representa una simplificación y empobrecimiento del bosque original, no deja de ser hoy una "rara avis", conservada en muy puntuales localizaciones, último refugio de las especies autóctonas, sobre todo de porte arbóreo y bajo creciente amenaza de desaparecer definitivamente en un matorral sin árboles. 

La vegetación climácica de la mayor parte de nuestro municipio corresponde a un encinar termomediterráneo de Quercus rotundifolia. Se trata a de un bosque esclerófilo, de hojas pequeñas, endurecidas y coriáceas, adaptadas a la sequía estival para minimizar la transpiración. El otro rasgo característico de esta formación vegetal, tanto en el estrato arbóreo como en el arbustivo es la perennifolia, posibilitada por unas temperaturas medias suaves. En su estado climácico el encinar muestra una densidad impenetrable por la malla que forman el sotobosque y la abundancia de plantas trepadoras: zarzas, espinos, rosales, hiedras, madreselvas, zarzaparrillas, aristoloquias, etc. La condición termófila del encinar de esta zona permite la presencia en su sotobosque de multitud de especies, que van desapareciendo a medida que las condiciones se hacen más rigurosas. Entre ellas se encuentran el lentisco (pistacia lentiscus), el algarrobo (ceratonia siliqua), el mirto (Myrtus communis), el acebuche (Olea europaea), la zarzaparrilla (Smilax aspera), y allí donde la humedad aumenta aparece el madroño (Arbutus unedo), la cornicabra (Pistacia terebintus) o el labiernago (Phillyrea angustifolia). La primera etapa de degradación significa el paso del bosque al matorral preforestal, en el que la encina puede jugar un papel dominante si bien con porte arbustivo (carrasca), aunque lo normal es que su lugar sea asumido por la coscoja (Quercus coccifera). En un grado mayor de degradación empiezan a dominar los matorrales espinosos con diversas especies del género Rhamnus (Lycioides y Oleoides). La siguiente fase en la regresión vegetal viene marcada por matorrales heliófilos, en este caso sobre sustrato calcáreo, sobre todo por tomillares. Aunque el tomillo (diversas especies del género Thymus) da nombre a la formación, no necesariamente es la especie dominante, combinándose con leguminosas como la retama (Retama sphaerocarpa) y la aulaga (Genista hirsuta) o con el palmito (Chamaerops humilis).En las pocas zonas no dedicadas al cultivo de nuestro municipio, fundamentalmente en el Alcor, no es infrecuente encontrar la piedra que aflora, sin ningún tipo de recubrimiento edáfico y cubierta sólo por pequeñas herbáceas durante el invierno. 

Sobre los pesados suelos de bujeo de la vega algunos autores señalan como formación climácica un bosque de acebuches (Olea europaea), desaparecido en su totalidad por la presión agrícola al tratarse de suelos muy aptos y que dan paso en las fases de degradación a un matorral de palmito (Chamaerops humilis), coscoja y rosales (rosa mosqueta, canina, ...) y en una fase más avanzada incluye aulagas (Genista hirsuta) y matagallos (Phlomis purpurea).             

Por último, no debemos dejar de mencionar una última formación vegetal, de menor desarrollo en extensión, pero de gran importancia por la diversidad específica que introduce: los bosques de ribera. En su conjunto se trata de especies con unos requerimientos hídricos que harían incompatible su presencia en nuestro medio climático, de no ser porque la cercanía a la fuente de humedad que representan los cursos de agua las libera de las exigencias hídricas de cada una y de su resistencia a las crecidas. En contraste con la vegetación climácica se trata de especies caducifolias. La disposición teórica se compone de tres bandas: saucedas, choperas o fresnedas y olmedas. Junto a estas especies aparecen en nuestro ámbito un árbol, generalmente de porte arbustivo, el taraje (género Tamarix) que, entremezclado con las otras especies descritas, se adaptan mejor a las condiciones de acusado estiaje de muchos de nuestros cursos de agua. Al igual que la vegetación climácica también los bosques de ribera han sido progresivamente eliminados, al localizarse sobre suelos fértiles, de fácil acceso y ofrecer una fuente óptima de madera. El río Guadaíra es un claro ejemplo de esta degradación. En todo su discurrir por nuestro municipio son contados los tramos donde pueden contemplarse ejemplares de porte arbóreo. Muestras de bosque de ribera que aún merezcan tal denominación se localizan también en arroyos de cierta entidad o difícil acceso (Maestre, Gandul o Gallegos), donde el abarrancamiento del terreno imposibilita el laboreo de la tierra. La pérdida de esta vegetación, como la de los setos vivos, supone el golpe final al medio natural. Con ella se pierde el último vestigio de la diversidad vegetal que un día pobló esta tierra y acaba con los restos de fauna que a duras penas sobreviven en estas zonas de refugio, cada vez más aisladas y acosadas. 

         Para terminar esta semblanza del medio físico volvemos brevemente al Guadaíra, verdadero eje estructurador del territorio de nuestro pueblo, conectando las tres unidades geográficas descritas en su discurrir longitudinalmente a través del término municipal. El Guadaíra adquiere su condición de río en Alcalá, donde aumenta su caudal con los aportes de los distintos arroyos y manantiales: Gandul, Marchenilla, Cajul, Oromana, Vista Alegre, La Pañuela, San Francisco, El Negro, El Zacatín, etc. Hoy en día simboliza perfectamente, para nuestro pesar, el estado del medio ambiente en nuestro pueblo. Los aportes provenientes de los Alcores han disminuido por la explotación intensiva del acuífero, así como por la desaparición física del mismo, sobre todo en Alcalá, donde las numerosas canteras destruyen el Alcor, en un proceso que de forma natural requeriría millones de años. Por otra parte, sus aguas bajan contaminadas por los vertidos de los diversos municipios de la cuenca y muy especialmente por los alpechines, verdadera bestia negra de la calidad de sus aguas. El proceso es tanto más impactante cuanto que se ha concretado en un periodo relativamente corto de tiempo, de suerte que todavía muchas personas guardan en su memoria una imagen prácticamente idílica del río, que se confirma por la atención prestada por pintores y escritores a lo que un día fue un paisaje espléndido y pintoresco. Observando el paisaje actual cabe maravillarse de ello y preguntarse cómo en tan breve espacio de tiempo se pudo malbaratar ese capital y qué hemos obtenido de su venta. Los últimos vestigios de lo que un día fue un paisaje lleno de vida se encuentran en las páginas siguientes.



Antonio Gavira Albarrán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario