El sábado 18 de junio salimos para conocer un nuevo tramo del río Guadaíra, el comprendido entre el cordel de Utrera a Carmona y la torre de La Membrilla. Dejamos el coche en el cruce de este cordel con la cañada real de Morón.
En el entorno se encuentran los cortijos de Cabrera y Torre de
San Pío -que mi padre lo llamaba Torre Estampío, tal vez porque lo
conoció como un cerrado de toros-, en el TM de Alcalá, y los de Alameda,
Alamillo y Venamalillo, ya en el TM de Carmona.
Encontramos la vega recién cosechado el trigo, con algunas hazas
de girasol y surcada por las tonalidades del bosque de ribera del río Guadaíra,
contrapunto que cortaba un paisaje pajizo típico de esta época del año.
Eran las 9,30 de la mañana cuando empezamos a andar por el asfalto de la carretera en dirección al río, distante unos quinientos metros. Al llegar al puente que lo vadea, contabilizamos unos treinta neumáticos esparcidos por su cauce y la ribera. Un nuevo maltrato que se suma a las extracciones desmedidas para unos regadíos incontrolados, la contaminación por plaguicidas y herbicidas, los vertidos industriales, la ganadería intensiva y un largo etc., que tan graves consecuencias tienen en los ecosistemas acuáticos, la fauna, la flora y salud humana. Podemos afirmar, sin equivocarnos, que, a pesar de los veinte años transcurridos desde la aprobación del Programa Coordinado de Recuperación y Mejora del río Guadaíra, los objetivos están muy lejos de ser cumplidos.
Después de tirar unas fotos que dieran testimonio del atentado, continuamos nuestro recorrido, corriente arriba, por su margen derecha. Algunos cardos con alcachofas violetas, de la variedad cynara cardunculus, embellecieron nuestro transitar.
Encontramos un rebaño de ovejas pastando en las inmediaciones
del arroyo del Saladillo. El redil se hallaba entre unos inmensos eucaliptos y
una olmeda impenetrable tapizada de zarzamoras, guardeses de una corriente de
agua que, por no esperada, nos animó después del sofocón de los
neumáticos. Dado que no pudimos sortear el arroyo, por lo impenetrable de su
vegetación, regresamos a nuestro punto de partida y comenzamos a subir por la
margen izquierda de la ribera.
En los primeros metros, hasta la desembocadura del arroyo,
predominó un pastizal salpicado de juncos y tagarninas en flor, Scolymus
hispanicus, plagadas de caracolillos. A partir de aquí, unos
imponentes tarajes levantaron una muralla en torno al cauce del río que, poco a
poco, se fue desdibujando con la aparición de fresnos, olmos, sauces y cañas.
En varias ocasiones nos vimos obligados a salir del cajón del
río, dadas las dificultades que presentaba la tupida y belicosa vegetación.
Pasamos por un yacimiento arqueológico, dejamos atrás acebuches
centenarios, rastros de una fauna que no se dejaba ver y una plantación de
azafrán bastardo, Carthamus tinctorius L., que se prolongaba más de
un kilómetro en dirección a la torre de La Membrilla impidiéndonos el paso. En
ese lugar, dado que tampoco podíamos continuar por la selvática ribera,
decidimos salir a la cañada real de Morón por una vaguada que habíamos dejado
unos metros atrás.
A esa hora del día, el ardiente sol nos aconsejó regresar al
coche para luego acercarnos a la torre. Lo dejamos frente a un merendero que ha
sufrido los embates del tiempo, la dejadez administrativa y el vandalismo,
cruzamos el cauce seco del arroyo de la Montera y subimos a La
Membrilla. La panorámica desde este punto geodésico es formidable.
Se distingue perfectamente la serranía de Morón y el avance de una marea de
plantas fotovoltaicas que, en breve, cubrirá una extensa necrópolis de escaso
valor, según la administración y las multinacionales de la energía, a pesar de
formar parte de un yacimiento arqueológico catalogado donde se ha constatado
la presencia de importantes restos de época calcolítica.
Después de acercarnos un momento al cauce del río Guadaíra, y
dialogar sobre lo bueno y lo malo, dimos por terminada la jornada emplazándonos para una nueva ruta.
Francisco José Gavira Albarrán
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