30 de octubre de 2022
A las nueve de la mañana salimos de Alcalá en dirección al molino de La Rubia; ingenio hidráulico situado en el cauce del río Guadaíra a su paso por el término municipal de Arahal; un tramo poco conocido y protegido por la red ecológica europea de áreas de conservación de la biodiversidad Natura 2000, como Zona Especial de Conservación.
Anduvimos unos ocho kilómetros por la espina dorsal de la cuenca del Guadaíra, entre vías pecuarias, caminos, márgenes del río y el antiguo trazado del tren Utrera – Osuna, formando un recorrido circular que no presentó ninguna dificultad técnica.
Llegamos a la Cañada Real de Morón desde la carretera Utrera – Arahal; vía pecuaria que ha experimentado una fuerte intrusión en todo su trazado; en los setos supervivientes, en condiciones muy adversas, predomina la palmera enana Chamaerops humilis, única variedad nativa de Europa meridional, junto a lentiscos, acebuches, retamas y los restos de media docena de pinos piñoneros de repoblación que han perecido pasto de las llamas.
Tomamos la cañada para estacionar el coche después de pasar el cruce con la vereda de Los Puertos, debido a la imposibilidad de llegar al río por lo impracticable de los últimos quinientos metros.
Iniciamos nuestro recorrido vadeando el escaso caudal del Guadaíra por unas piedras adornadas con marcadores territoriales de nutrias.
Continuamos durante un kilómetro y medio por la cañada, entre olivos y tierra calma, para torcer a la derecha en la segunda intercepción hasta llegar al molino de La Rubia, distante algo más de un kilómetro de la vía pecuaria. En este tramo una cuadrilla a caballo maniobraba en busca de liebres con el fin de que los galgos las capturasen.
Sin darnos cuenta, insertos en una tupida arboleda,
aparecieron ante nosotros las ruinas de la casa del molinero y los restos del molino
de La Rubia. Es difícil encontrar información sobre este interesante
molino. Según algunos, se remonta al siglo XVI, y la vivienda podría ser de
finales del XIX o principios del XX. Todo el conjunto se encuentra afectado por
los sedimentos que arrastra la corriente. Parece que hay al menos dos canales
semiocultos por la vegetación; azudes de derivación que conducen el agua a tres
cubos, cuya fuerza motriz moverían otros tantos rodeznos, y estos, a su vez,
las piedras que molían el trigo. La sala del molino, de planta rectangular,
tiene bóveda de cañón y tejado a dos aguas revestido con ladrillos. En el
exterior destacan dos contrafuertes y los respectivos aliviaderos que
expulsarían el agua nuevamente a la corriente. El conjunto se encuentra en un
estado ruinoso por el paso del tiempo, el azote de los elementos y las raíces
de unos inmensos eucaliptos que penetran la estructura del molino. En la orilla
opuesta pudimos constatar restos cerámicos de diferente época y tipología,
junto a una posible atarjea o imponente muro, que pudiera ser parte de un
sistema más complejo y la ubicación de la casa o casas contemporáneas al
molino.
Descubriendo, paso a paso, cada recodo y olmeda de nuestro río, no dejamos de sorprendernos con escenarios desconocidos, hoy abandonados, pero no hace mucho repletos de vida. Podemos decir que estos elementos arropan el cauce del Guadaíra dándole mucho más valor. El molino de Gil Gómez es un ejemplo de lo que hablamos; se trata de un molino levantado en 1896, en el lugar donde estuvo la Casilla del Divorcio; según los trabajos topográficos realizados en 1872, trasladados a plano el 21 de marzo de 1873. En este lugar destaca el conjunto formado por un pozo artesiano, con pila y abrevadero elaborados en ladrillo macizo. Dado que se encuentra en el exterior y adosado de forma algo irregular a uno de los muros, pudiera ser el último vestigio de la casilla mencionada. En todo caso, estos elementos patrimoniales encierran historias cuyos ecos son percibidos cada vez más débiles, y que sin duda merecen ser recuperados.
Desde el molino nos aproximamos al arroyo de
Martinazo, que seguimos hasta su desembocadura en el Guadaíra, donde paramos
unos instantes para disfrutar de una estampa especialmente bella que se forma
la confluencia de los dos cursos de agua. Este arroyo conserva una interesante
y saludable olmeda y un aladierno, Rhamnus alaternus L.
Luego continuamos por la margen izquierda, corriente arriba, buscando un vado que nos permitiese pasar a la otra orilla. Bajamos al cauce en una fresneda, donde pudimos captar como los rayos de sol rociaban los fresnos, olmos, cañas, zarzas, carrizos y, sobre todo, una imponente lámina de agua que resistía a pesar de los efectos de la prolongada sequía. Ya en la otra orilla, retornamos siguiendo la corriente.
Bajamos una vez más al lecho del río en una zona donde se intercalaban los eucaliptos con los olmos y los fresnos, las luces amarillas y rojas, mostrándonos un amplio espectro de colores en el encajonado cauce. Quisimos ver pisadas de nutria en busca de la almeja asiática Corbicula fluminea, que sirve de alimento a este escurridizo mustélido.
Continuamos por la margen del río, teniendo a
nuestra derecha un añejo olivar, hasta la línea del ferrocarril Utrera -Osuna;
la línea fue proyectada por el ingeniero d´Arbós en 1864. En este punto, el
cauce del Guadaíra es superado con un puente cuya estructura metálica nos recuerda
los proyectos del arquitecto e ingeniero Eiffel, pero que en los mapas
topográficos se le denomina Puente de Piedra. En la estructura no
pudimos encontrar ninguna señal de su fábrica. Después de tirar unas fotos
regresamos por la vía del tren flanqueados por almendros, pitas, acebuches,
lentiscos, palmas y alguna encina.
Una vez en la cañada real de Morón, regresamos a nuestro coche. En la pasá nos despedimos del río hasta la próxima, localizar los restos del molino del Portugués.
Francisco José Gavira Albarrán
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