El seis de agosto de 2022 salimos de Alcalá para visitar uno
de los nacimientos del río Guadaíra en Gaena. Sin embargo, los planes iniciales
se vieron desbordados, como veremos seguidamente.
Para empezar, desayunamos en un lugar imprevisto. Habíamos
dejado pasar la venta de La Vega, y en La Ramira nos dijeron que aún
no estaba abierta al público. En Morón, el kiosco de Las Papas, famoso por
sus calentitos, y los bares de alrededor se encontraban cerrados. Anduvimos
callejeando con el coche hasta dar con El Moral, un bar de barriada
obrera que ha tomado el nombre de la majestuosa morera que lo cobija. Lógicamente,
ya tenía su público. Nada más traspasar la entrada, colgado en la pared de la
izquierda, un cráneo de carnero, de cornamenta prominente, nos siguió con su
mirada mientras íbamos aproximábamos a una barra que parecía estar sostenida por algunos clientes. Frente a nosotros, una pizarra anunciaba bebidas y tapas apetitosas con
sus respectivos precios. Después de pedir las tostadas y los cafés a una señora,
con la que casi no intercambiamos palabra, nos sentamos a la luz de una ventana
donde conversamos sobre recuerdos de rutas pretéritas y de una actualidad que la veíamos cargada
de incertidumbres.
Salimos de allí repitiendo
los mismos requiebros en el callejero de Morón, hasta que logramos enfilar la
carretera C-339 dirección Coripe.
Como siempre, la Sierra de Esparteros se nos mostraba
majestuosa. Al pasar por la venta del mimo nombre nos acordamos de Antonio, con
el que todos habíamos estado allí en algún momento. Cruzamos el Guadaíra y proseguimos
la ruta por la serpenteante y ascendente carretera, llena de paisajes agrícolas,
forestales y ganaderos. Dejamos atrás Pozo Amargo. Al poco, tomamos la salida a
Gaena y aparcamos el coche a unos ochocientos metros de la carretera. La mayoría
acepta que allí, entre adelfas, higueras, acebuches y juncos, se encuentra uno
de los posibles nacimientos Guadaíra.
El nacimiento de un río estaría determinado por el
manantial situado en la cota más alta y con un caudal constante. Este punto reúne
hoy el primero de los requisitos y no el segundo, debido a la pertinaz sequía
que nos golpea desde hace varios años. Al parecer, se encuentran tres
surgencias en la zona de Gaena y dos en Pozo Amargo, a las que se les considera como nacimientos del río Guadaíra. Las cinco se unen un par de kilómetros más
abajo quintuplicando la envergadura del cauce cuando las precipitaciones lo permiten.
Después de cumplido el objetivo propuesto, comenzamos el
regreso por la misma carretera que nos había
traído hasta allí. En el descenso, mientras mi mirada se perdía por la ventanilla contemplando unos
paisajes ondulados, pajizos y ardientes, pero llenos de vida, los recuerdos se agolpaban por mi cabeza en semejante número a de curvas que tomábamos. Cárcavas,
cerros, peñas, arrolladas y praderas en las que tanto disfrutó mi hermano con
sus amigos.
Dejamos atrás el antiguo y abandonado balneario de aguas sulfurosas de Pozo Amargo, del que Pascual Madoz, en 1840, ya señalaba algunas de sus cualidades.
Paramos para conocer las salinas denominadas
“del Consejo”, dado que abastecían al consejo de Morón desde época medieval,
pero que en 1941 pasaron a pertenecer, junto al balneario, al municipio de Puerto
Serrano. El coche lo dejamos al pie de la carretera. Nos adentramos en la finca como pudimos y anduvimos por un camino entre tarajes y acebuches que rezumaban diminutas
gotitas salobres.
Las surgencias aparecieron antes de llegar
a las balsas utilizadas para la producción de sal. Estas se nutren de un escuálido
manantial que aflora en la ladera más inmediata. Por gravedad, el preciado
líquido se deposita en las diferentes balsas obteniéndose la sal por
evaporación. Un herrumbroso motor, junto a unos cobertizos en ruinas y un pozo,
con brocal circular, componían el resto de las instalaciones.
Dejamos las salinas en manos de una Araña
Tigre Agriope Lobata. Cruzamos nuevamente el río Guadaíra. Atrás quedó la
sierra y continuamos nuestro camino de regreso con el enorme hueco que nos dejó
mi hermano en el alma y el corazón.
Francisco José Gavira Albarrán
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