Buenas
tardes a todas y todos.
Muchas gracias por estar hoy aquí acompañándonos.
Este libro, Alcalá
de Guadaíra: 50 rutas de senderismo alternativas y cuatro relatos, nace con
el propósito de dar a conocer nuestro término municipal y la cuenca del río
Guadaíra a través de las rutas que Antonio diseñó, así como de otras que tuve
el privilegio de recorrer, entre 2019 y 2024, junto a un grupo de
amigos.
A través
de las páginas de este libro
recorreremos vías pecuarias, caminos y riberas del río Guadaíra y
sus arroyos, sumergiéndonos en paisajes de singular belleza y en lugares que,
aunque cercanos, siguen siendo desconocidos para la mayoría. Son espacios
que han sido testigos durante generaciones del paso de agricultores, ganaderos
y cazadores, y que hoy son frecuentados también por senderistas y, sobre todo,
ciclistas.
El libro se organiza
en nueve ámbitos geográficos que van desde el Monumento Natural Riberas del
Guadaíra; y las Terrazas del Guadalquivir en nuestro T.M.; hasta el curso del
río Guadaíra entre el Molino del Boticario y el Molino de Ojeda, una zona
que discurre ya entre los TM de Arahal y Morón de la Frontera.
Cada ruta se
complementa con un mapa del itinerario donde se señalan los
principales elementos patrimoniales del recorrido, lo que enriquece la
experiencia tanto del lector como del caminante.
Además, muchas de estas rutas incluyen notas a pie de página que aportan datos, anécdotas y reflexiones que nos ayudan a comprender y valorar plenamente la situación actual de nuestro patrimonio. Como información práctica, cada itinerario indica de antemano su grado de dificultad —alto, medio o bajo—, el tiempo aproximado para recorrerlo y la distancia total en kilómetros.
El libro
cuenta con un prólogo compartido en el que los autores nos presentan a
Antonio y al senderismo a través de sus propias vivencias junto a él en las
rutas.
Joaquín
Ordóñez señala que quien participaba
en una ruta con Antonio sabía perfectamente que todo estaba cuidadosamente
organizado; que no se caminaba con prisa para terminar
antes que nadie; que se hacían las paradas necesarias tanto para
reagruparse como para escuchar explicaciones; y que siempre iban a
aprender algo: a conocer un camino vecinal, una vía pecuaria desconocida o a
descubrir restos arqueológicos en el lugar más inesperado.
Rafael
Robles dice de Antonio que su
conexión con la tierra no era solo un acto de contemplación, sino un diálogo
constante con el paisaje que amaba, donde cada humilde arbusto y cada sendero
parecían reflejar su gratitud y cuidado.
David
Cristel nos revela que cada
excursión al campo con Antonio se transformaba en una lección continua.
Un proceso de aprendizaje que, además, se retroalimentaba en
intensos debates científicos donde el intercambio de ideas nos impulsaba a
dudar, a reflexionar y, en definitiva, a no cesar en el camino del
conocimiento.
Manuel
López García recuerda
que el senderismo va más allá del simple hecho de caminar: implica mirar con
ojos renovados, redescubrir lo que creíamos conocer y atesorar cada paisaje
como parte inseparable de nuestra propia historia. Lo expresa en el prólogo con
las siguientes palabras: «Cuántas veces habremos recorrido el trecho entre la
torre de la Membrilla y la barranca del río… y nunca fue la misma ruta». Y
añade, con acierto: «No hace falta alejarse de Alcalá para disfrutar del
paisaje. Aunque caminar solo tiene su encanto, una ruta siempre será más rica
en compañía».
José
Rodríguez destaca en Antonio la
figura del auténtico descubridor de rutas. Yo me atrevería a ir más allá:
Antonio no solo trazó caminos físicos, sino también simbólicos.
Pero, efectivamente,
recorrió una y otra vez las veredas, trazó itinerarios, recopiló datos con meticulosidad
y rescató del olvido historias y leyendas —como las de “El Bigotes de Alcalá”,
“El niño ahogado en la Cruz de Otívar” o la de la Encina del Cura— que le
fueron transmitidas por nuestro padre.
Curro
López, a quien Antonio
consideraba la persona más idónea para guiar algunas de las rutas que
organizaba con tanto esmero, afirma: «Doy fe de que ser invitado a sus salidas
al campo llegaba a convertirse en una auténtica experiencia, en la que se
intercambiaban conocimientos, se disfrutaba con los cinco sentidos y se
convivía a unos niveles poco comunes».
Félix
Ventero define —con gran
acierto y citando a Reyes Bernal— las rutas de Antonio como «el legado del
mago».
Sin duda, poseía una
mirada capaz de descubrir belleza y significado donde otros apenas veríamos un
simple sendero. Ante un olivar, unos setos vivos, unas hazas de tierra o un
arroyo seco la mayor parte del año, él sabía descifrar una historia completa:
un paisaje que pedía ser contado y rescatado del olvido.
José
Manuel Castro, biólogo,
dice de Antonio que, pese a no haber estudiado Biología, contaba con una de las
voluntades más firmes y apasionadas, que le permitió adquirir un enorme conocimiento
sobre toda nuestra flora; no solo conocía los nombres científicos y comunes, sino
que sabía si tenían un uso medicinal, tradicional o una historia asociada para
contarte, por lo que siempre era un disfrute estar con él.
Antonio
García Mora nos
revela en su prólogo el propósito de este libro: por un lado, mostrar las rutas
que Antonio diseñó y, por otro, dar a conocer otros parajes de nuestro término
municipal mediante itinerarios que no forman parte de aquellas rutas
originales. Explica que formamos «un grupo muy variopinto en formación,
experiencia vital y conocimiento de la cuenca fluvial, pero todos coincidimos
en nuestro amor por la Naturaleza y en la curiosidad por descubrir rincones
ignotos del término municipal».
Bueno, pues de todas las personas que he mencionado —y de muchas otras que quedan en el tintero, a las que pido disculpas por que son muchos—, Antonio supo aprender con una humildad auténtica.
Esta
publicación quiere evidenciar también que el patrimonio de Alcalá de Guadaíra
trasciende ampliamente sus emblemas más conocidos —el castillo, el Parque de
Oromana o los molinos—.
Alcalá, con cerca de
290 km² de término municipal, atesora un patrimonio histórico y natural
vasto y diverso: más de 30 molinos harineros, dos castillos, un palacio,
iglesias y ermitas; decenas de cortijos y haciendas; innumerables yacimientos
arqueológicos de distintas épocas; y un entramado hídrico compuesto por
kilómetros de ríos y arroyos como La Torrecilla, Los Sastres, Zacatín,
Marchenilla, Guadairilla o Gandul. A ello se suman manantiales —el Mal Nombre,
El Perro, Cañiveralejos, Fontanal o Cajul— y extensas galerías subterráneas que
recorren el alcor, como las del camino de las Aceñas, Gallegos, Nuestra Señora
del Águila, Otívar, Fuensanta o La Retama.
Del mismo modo, más de
ciento treinta kilómetros de vías pecuarias —como el Cordel del Gallego, el de
Pelay Correa, la Cañada de Benagila o la Cañada Real de Morón— que conforman
una amplia red que estructura el paisaje. A ellas se suman antiguos
descansaderos y dehesas —Mateos Pablo, la Dehesa Nueva o la de Bucarest—, donde
aún hoy es posible contemplar en invierno las bandadas de grullas, un verdadero
espectáculo de naturaleza viva.
El paisaje se
enriquece, además, con valiosos bosques de galería que acompañan arroyos como
el Guadairilla, Rosalejos, La Madre o Gallegos.
En nuestro término
prosperan más de mil especies vegetales típicamente mediterráneas, junto a
otras propias de zonas serranas —fresas, orquídeas, helechos, entre muchas
más—.
Como testigos
silenciosos del devenir histórico, pervive un destacado conjunto de cortijos,
haciendas y ranchos —La Soledad, Los Ángeles, San José, Zafra, La Piñera,
Guadalupe, Majada Alta, Matallana…— que aún resisten la degradación patrimonial
de las últimas décadas y relatan, con su sola presencia, el pasado agrícola y
económico de estas tierras.
Finalmente, la zona de Gandul constituye uno de los paisajes culturales más valiosos de la provincia: alberga uno de los conjuntos megalíticos más relevantes de Sevilla, restos romanos, un despoblado con elementos medievales, arquitectura señorial, vestigios de infraestructuras rurales y ferroviarias, y un entorno natural singular integrado en el paisaje protegido de Los Alcores: el Toruño, la Mesa, el escarpe y su entorno.
Hay dos
momentos clave que marcaron la relación de Antonio con el senderismo.
El primero fue la
primera ruta que organizó para el grupo ecologista Alwadi-ira. Aquella caminata
nos llevó al corazón del Parque de Oromana y, entre sus senderos, comenzó todo.
Joaquín Ordóñez formaba parte de aquel pequeño grupo —poco más de media docena
de personas— que caminamos por primera vez guiados de la mano de Antonio.
El segundo momento llegó muchos años después, en 2018, nuevamente en una ruta organizada por el grupo ecologista: la que sería su última. En esta ocasión caminamos desde el paso de la Nena, junto a la base de Morón, en el término municipal de Arahal, hasta el Puente de Hornillo, sobre el río Guadaíra, ya dentro del término municipal de Morón de la Frontera.
Para
Antonio, como ya hemos visto, cada ruta era mucho más que un simple recorrido.
Era, en esencia, una lección de respeto hacia nuestra tierra; una oportunidad
para transmitir conocimiento; un espacio de encuentro y, al mismo tiempo, un
acto de denuncia frente a su abandono.
Como bien recordaréis,
muchas de las personas que estáis aquí, con voz firme y convencida reclamaba en
sus rutas una acción decidida por parte de las administraciones para proteger y
recuperar nuestra herencia cultural, histórica y ambiental. En cada una de sus
palabras latía su filosofía más profunda: «Solo se valora lo que se conoce, y
solo se protege lo que se valora».
De ese espíritu de descubrimiento, de valoración, de colaboración, de comunidad y de mirada renovada nace Alcalá de Guadaíra: 50 rutas de senderismo alternativas y cuatro relatos. En estos cuatro relatos se recogen vivencias de Antonio en la cuenca alta del río Guadaíra, un territorio aún más desconocido para quienes somos de Alcalá.
Para
concluir, como estamos viendo, este libro trasciende la mera función de una
guía de senderos para convertirse también en un verdadero compendio de notas
históricas, catálogo patrimonial, vivencias, reflexiones, denuncias y relatos.
Los invito no solo a
leer estas páginas, sino a recorrer sus rutas, a sentirlas y a dejarse llevar
por ellas, trazando nuevos itinerarios.
Deseo expresar mi
gratitud a Félix Ventero y a mi familia por sus correcciones al texto, y muy
especialmente a mi hija Rocío por su colaboración en la elaboración de los
mapas que acompañan cada una de las rutas de este libro, así como del vídeo
proyectado. Mi agradecimiento se extiende también a los prologuistas aquí
presentes y a quienes, por distintas circunstancias, no han podido
acompañarnos. Joaquín Ordóñez, por su colaboración en la nota de prensa y José
Torres, por dirigir esta presentación.
Muchas gracias.

No hay comentarios:
Publicar un comentario